¿Se
han parado a pensar en cuanto puede valer un recuerdo? Y no me refiero
necesariamente a un valor monetario, sino al valor sentimental que le damos a
los objetos. Estoy segura que muchos de ustedes tendrán una caja o algo
parecido, donde guardan recuerdos de su adolescencia o juventud. Cartas,
dibujos, fotos, regalos, boletos de concierto, que se yo. Todos tenemos nuestra
versión de esa caja de recuerdos donde guardamos cosas que a ojos de los demás
no son más que basura.
Hace
unos meses me topé con un vídeo del canal Sebas G Mouret (se los recomiendo) donde
Sebas hablaba del valor emocional que les damos a las cosas. Sobre los apegos
emocionales que generamos hacia un objeto cuyo valor monetario muchas veces es ínfimo.
Y cuando termino ese vídeo me di cuenta de cuanto valor puede encerrar un
recuerdo o el objeto que lo encarna.
Voy
a contarles una anécdota para explicarme mejor. Tengo una foto de mi época de
secundaria que me encanta, en ella salimos algunos ex compañeros (algunos que
aún son amigos) y yo en el rancho del abuelo de una de ellas cuando hicimos una
carne asada para celebrar que salimos de segundo. Esto fue en 2009 y tomamos
pocas fotos de ese día. Hace unos meses, me dio por buscar las fotos de esa
época y ahí fue cuando me di cuenta que entre tanta formateada y recuperación
de archivos (mi lap también data de aquellos años) la carpeta con las fotos de
la secundaria había desaparecido. En ese momento a mí se me salió el alma y me
dio un vuelco el corazón pues, aunque sabía que por ahí debía haber alguien que
tuviera una copia (y efectivamente así fue, de hecho, me pasaron varias fotos
que ya había olvidado), por unos segundos sentí que esa impresión toda culera
(pues está impresa en papel bond) era la única copia que existía de esa foto;
si bien eso la hacía aún más valiosa yo sentí que me daba algo.
Con
esta anécdota quiero ejemplificar el apego emocional que podemos desarrollar
hacia algunos objetos. Y ojo, estoy hablando de un apego “sano” en el sentido
de que perder el archivo de esa foto no me genero una crisis al nivel de
interferir con mi vida (como suele pasar con alguien con apego patológico por
las cosas), obvio me dolió, pero sabía que mi vida podía continuar sin eso,
pues con o sin foto, el recuerdo seguía ahí el objeto solo era un fetiche que
lo evocaba, pero salvo que tuviera un accidente que me dejara amnésica, esos
recuerdos no se irían a ningún lado.
Creo
que todos tenemos algún objeto (o varios) al que le tenemos cariño y un alto
valor sentimental, aun cuando ya no sirva o ya este roto. Y es que me parece
algo totalmente humano desarrollar apego por los objetos y no, no estoy
diciendo esto en sentido consumista, esto no es un malvado invento del
capitalismo postmoderno (léase esto último con tono mamador). Esta conducta es
tan vieja como los primeros humanos sedentarios, el anclar recuerdos y sentimientos
a objetos ya sucedía en el tiempo de nuestros tatarabuelos. La digitalización
de esos recuerdos es lo nuevo, pero la gente ya guardaba fotos viejas, cartas y
regalos hace siglos. Y no, la digitalización tampoco les ha quitado el sentido
emocional o la sinceridad a esos recuerdos. Ya no se escriben cartas, pero
ahora guardamos las conversaciones de whatsapp, ya no grabamos casettes o CD´s
pero si escuchamos canciones o vemos videos que nos gatillan recuerdos. Y
podrán pensar que es ridículo y no tiene emotividad tener las cosas en el
celular, pero al menos yo, cada que veo ciertos screen shots de algunas
conversaciones o comentarios siento que el corazón no me cabe en el pecho de la
felicidad y no creo ser la única. Y aquí va otra anécdota.
Desde
hace unos meses yo comencé un proyecto con todos esos pantallazos; comencé a
imprimirlos y a meterlos en un frasco de mayonesa al que le pegue una etiqueta
que dice “the good vibes jar” y cada que me siento de bajón (o sea cada tercer
día :´´v) saco un papel (que son impresiones de esos SS) y al leerlo me hace un
poquito menos infeliz o ya de plano me alegra el día. Y se que podría
perfectamente vivir sin esos papeles, sin esos peluches, sin todas esas vainas
viejas que guardo y que la mayoría solo ocupan espacio (pero que encierran
recuerdos) pero prefiero conservarlas porque sí, porque me gusta tenerlas y
estarán ahí el tiempo que deban durar. Y es que es verdaderamente doloroso o
hasta difícil dejar atrás cosas que son significativas para ti. A mí me ha
pasado con mis posters viejos, que me da pena tirarlos cuando ya están
cayéndose, porque algunos tienen valor sentimental, pues llevan pegados ahí
desde que tenía 8-9 años (si, llevo muchos años coleccionando mugres). Pero
cuando ya no es posible tenerlos más en la pared, ni modo hay que tirarlos.
Y
déjenme decirles que esto no es solo una cuestión personal, en plan coleccionar
mugre en tu cuarto. Este valor sentimental puede ser otorgado de manera
colectiva. Los monumentos históricos son un buen ejemplo. Estos tienen un valor
real (dado por el costo de construcción, mano de obra y costo de materiales),
un valor comercial en el mercado (si es que en algún momento alguien los ha
comprado o vendido) y finalmente el valor histórico y sentimental, que, a
diferencia de los otros, no se mide en dinero. Y puede que jamás hayas puesto
un pie en ese monumento, pero cuando te enteras que algo le paso, que fue
destruido por N razón, sientes un leve escalofrió, por lo que eso implica para
nosotros como humanidad, por el valor que esto tiene para con nuestras raíces y
nuestro pasado. Pero pongamos un ejemplo más cercano.
Hace
poco me topé con la noticia de que Sony había dado de baja el ultimo servidor
de PlayStation 2. Y después de superar el shock inicial de que aún existía un
servidor para PS2 (que carajos si esa cosa es más vieja que matusalén) sentí
una pequeña punzada en el corazón; pues si bien yo nunca usé esos servidores
(pues nunca tuve una PS2 propia), eran parte de la historia de los videojuegos,
de la historia de los gamers y saber que el ultimo servidor de esa generación
desapareció, fue sentir como una era llegaba definitivamente a su fin. Y
ustedes podrán pensar que es ridículo, pero finalmente esto representa el fin
de un hito en nuestra historia tecnológica y para mí como fan de los
videojuegos, esta noticia me dio especial tristeza. Una era ha llegado a su fin
y si bien los recuerdos permanecerían en la memoria colectiva, es triste
despedirse del último bastión de la 4° generación.
Los
recuerdos y las emociones ligadas a ellos, son de las cosas más subjetivas que
podemos encontrar en nuestra conducta. Y creo que también de las más
necesarias. Lejos estamos de esa época en que éramos pequeños grupos nómadas,
echamos raíces e inevitablemente terminamos ligando recuerdos a objetos,
lugares o personas. Hay quien cree que
esto no es sano, que lo mejor es desapegarte de todo y todos para poder vivir
como un nómada solo con lo necesario. Yo no comparto esta idea, pero respeto a
quien quiera vivir así. No creo que el apego a los objetos con valor
sentimental para nosotros este mal (siempre que esto no interfiera con tu vida
o con la de terceros), finalmente ¿Qué somos sin nuestros recuerdos?
¿Ustedes
que opinan? ¿Tienen caja de recuerdos u objetos con valor sentimental? Me
encantaría leer sus respuestas en los comentarios. Me despido y nos leemos la
próxima vez.
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