sábado, 3 de noviembre de 2018

Ensayo sobre la muerte

La muerte, esa eterna sombra que siempre pende sobre nuestras cabezas. Estrictamente, desde el punto de vita meramente biológico es el cese de las funciones vitales y el fin del ciclo vital. Es dejar de respirar, de bombear sangre y de tener actividad cerebral definitivamente, es dejar de existir. Es el final del camino y aunque todos vamos para allá, poco se habla de esto a lo largo de la vida. Es uno de los tabúes más grandes en la mayoría de las sociedades; porque tal parece que, a pesar de que a diario miles de personas mueren alrededor del mundo, nos empeñamos en creer que eso no puede pasarnos o de plano ocultamos el tema, sobre todo para con los niños.


Entonces, si bien la muerte es un proceso universal, está rodeado de una serie de cuestiones sociales, históricas, legales, psicológicas, médicas y hasta éticas. Cada persona vive de manera distinta la perdida, el duelo y afrontamiento de la propia muerte, pero la manera en que lo hace está condicionada por su contexto cultural y las tradiciones del mismo.

Hay países como México donde se dedica un día de fiesta a honrar la memoria de los fallecidos, donde se les preparan altares con ofrendas de comida y flores e incluso en varias poblaciones la gente se queda a dormir en el cementerio. Y otros como gran parte del mundo anglosajón, donde los cementerios y todo lo que tiene que ver con la muerte se evita y se relaciona con lo macabro, oscuro y triste. Por eso nos cuesta entenderla, nos cuesta afrontarla y nos cuesta hablar de ella, porque o la usamos como una broma o la esconcemos y negamos totalmente. Nuestra relación con nuestra mortalidad (la propia y ajena) es extraña, ambivalente, agridulce, incomoda y a veces destructiva.


La muerte en general, es un tema complejo y más aún si la vives tan de cerca cuando apenas tienes 15 años. Hace 8 años murió una amiga y esa fue mi primera experiencia con la muerte; antes de ella ya habían fallecido otras personas en mi familia, mi abuela paterna, un primo y un par de mis tíos, pero hasta ese momento no había sentido realmente lo que era perder a un ser querido. Recuerdo que me sentí un asco de persona en los días subsecuentes, ¿Cómo podía sentirme tan mal por alguien con quien solo conviví tres años y no por alguien de mi propia familia? Después entendí que el tiempo que pases con una persona no define que tanto la llegaste a apreciar ni que tan profunda fue la huella que dejo en tu vida. Mi abuela nunca fue muy cercana con nadie y realmente conviví muy poco con esos tíos, así que no puedo decir que su muerte me haya afectado demasiado. Y este es uno de los puntos que quiero tocar.

Contrario a lo que se pensaba tradicionalmente, las etapas del duelo no son fijas. Una persona puede pasar por todas o solo algunas y el no pasar por alguna o tardar más tiempo en superar alguna no implica que la persona tenga problemas psicológicos graves, simplemente hay maneras distintas de enfrentar el proceso de perdida, incluso hay quien nuca la supera. Y tampoco el duelo se vive igual cuando se es un niño, un adolescente, un adulto joven/maduro o un anciano, si era esperado o no, si fue por enfermedad o accidente. Nuestro entendimiento sobre la muerte y capacidad de afrontamiento cambia; incluso la manera y cantidad de veces en que pensamos en la muerte, así como el impacto de una pérdida significativa (la pareja, un hijo, un padre) es vivida de manera distinta según la edad, género y cultura.

Y es que todo el mundo espera que TODOS, vivan el duelo de la misma manera, esperan que si se muere alguien de tu familia llores, sufras y hagas todo el número de doliente sufrido, pero la realidad que no a todos les afecta igual la muerte de un familiar, incluso hay quien se siente liberado (porque aceptémoslo no todos los muertos fueron unos santos en vida) o la otra (y esto paso cuando murió una tía) empiezan a despotricar contra el difunto ahora que ya no está. Salen todos los trapos sucios, que si era una no sé qué, que si todos lo odiaban, que ya no va a dar lata, incluso hay quien al ver cerca la muerte busca reconciliarse con todo mundo, lo cual se me hace un poco inútil. La muerte suele acentuar el estado de nuestras relaciones, tanto con el difunto como con los que lo rodeaban.

Se me hace una ridiculez que la gente espere hasta estar una situación tan precaria como el lecho de muerte para dejar que la otra persona se defienda o perdonar las diferencias. Igual que para que el moribundo se atreva a decir o hacer las cosa que siempre quiso. Solemos esperar hasta que ya es demasiado tarde para hacer cosas o decir lo que sentimos por alguien y si bien a veces es porque uno cree que va a vivir para siempre o que la gente siempre estará ahí, también es cierto que hay muchas cosas que no hacemos hasta que estamos por morir por miedo a las consecuencias, por no querer enfrentarlas. Y es aquí donde pasa algo curioso; hay gente que al saber que su muerte tiene una fecha exacta (como cuando te dan un diagnostico terminal) le da cierta paz, la paz de saber que no habrá consecuencias o que por lo menos el no vivirá lo suficiente para tener que afrontarlas. Esto también pasa con los suicidas, las horas previas al suicidio (siempre que sea planeado) suelen vérseles más animados y tranquilos,pues ya han tomado la decisión de acabar con todo y eso los libera de todo lo que cargaban. Es curioso como en ese tipo de situaciones abrazamos y aceptamos nuestra mortalidad.

Pero bueno, esa es la última fase del duelo y a la que se esperaría que todos llegaran: la aceptación y resiliencia. El problema es que no todas las personas lo logran en el mismo tiempo, es más algunos nunca logran aceptar una pérdida significativa. Este es otro punto que quiero tocar: las pérdidas significativas.

Todos hablan de la muerte de un hijo, de un padre, del cónyuge, pero ¿y de un amigo?, es que acaso el perder a un amigo no merece ser considerado un evento significativo en tu vida. No sé si para todas las personas sea igual la experiencia de perder un amigo, ya que (al igual que en el duelo) a todos nos afecta de manera diferente la muerte, incluso, probablemente la razón por la que este evento me marco tanto fue por la edad que tenía cuando paso. Como dije al inicio hace 5 años murió una amiga, se llamaba Aline y murió en un accidente automovilístico.


Paso cuando teníamos 3 meses de haber iniciado la prepa, nos enteramos por la mamá de una amiga en común, que fue a la prepa a decirle lo que paso. Recuerdo haber sentido un shock inicial, creo que pase por todas las etapas del duelo en una hora: incredulidad, negación, ira, negociación, depresión…tal vez la única que no se presento fue la aceptación; esa ha ido llegando con los años. A diferencia de N (la amiga que se enteró primero) yo si me quede al resto de las clases y pase esas horas en blanco, lo único que recuerdo son punzadas de dolor constantes, la imagen de Aline en mi cabeza y haber abrazado a una amiga de otro grupo que se acababa de enterar. Quienes estuvieron a mí alrededor me dijeron que solo llore en silencio durante la primera clase que tuve justo después de la noticia. El resto del día funcione como un zombie, mecánicamente. Aun cuando abracé a mi amiga me mantuve ecuánime, creí que podía manejarlo, que podía (y debía) mantenerme serena para que los demás no se desmoronaran. Que equivocada estaba.

Me creí esa mentira porque después de ver como se desmoronaba N, tras la noticia, de ver como estábamos todos en la iglesia, de cómo la mamá de una de mis mejores amigas la saco de la iglesia y no la dejo ir al entierro de lo mal que estaba; sentía que alguien debía mantenerse ecuánime, alguien debía mantener anclados a los demás. Vaya tontería de mi parte.

En cuanto llegamos al panteón, me quebré. Toda la fachada de serenidad que me había construido durante el día se desmorono, no pude con el choque emocional que fue ver bajar el ataúd. Mis amigos y yo estábamos alrededor de la fosa, todos con uniforme y recuerdo que cuando el ataúd empezó a bajar, ya no pude más. Caí de rodillas y me solté a llorar como nunca he llorado en mi vida, sentía un nudo en la garganta y un dolor punzante en el pecho, en otra situación hubiera pensado que me estaba dando un infarto o que alguien me estaba sacando las entrañas, lo cual, no hubiera sido muy diferente. Me abrase de otra amiga y lloramos, lloramos todas las lágrimas que teníamos, lloramos por Aline, por los buenos tiempos que no volverían, por su vida, por su futuro que fue cortado de tajo, lloramos por nosotros, porque a diferencia de ella seguíamos aquí, estábamos vivos y debíamos lidiar con las consecuencias de eso.

Después de describir esta experiencia, ¿alguien se atrevería a decirme que la muerte de un amigo no es una pérdida significativa? Y aquí esta otro de los puntos a tratar: los adolescentes. Pareciera que cuando se es adolescente, todo lo que hagas, digas, pienses o sientas es estúpido a ojos de los mayores. La muerte es un tema recurrente al pensar en los adolescentes, porque por ser jóvenes hacen cosas estúpidas que los ponen en peligro y muchos mueren por su imprudencia. Estoy de acuerdo con eso de que al ser joven crees que eres inmortal, que por ser joven no puedes morir, pero la muerte merece respeto, seas joven o viejo, sin importar las circunstancias, una muerte siempre es triste porque es definitiva y no hay nada a lo que le temamos más, que a no tener opciones.

Un año después de que Aline muriera, murió otro amigo, también en un accidente, pero este fue mucho más traumático. Se llamaba Carlos y murió por una bala en la cabeza (lo sé, mis años de adolescencia estuvieron rodeados de tragedia). Esto pasó un viernes, nos íbamos a reunir para una carne asada (costumbre que hemos mantenido cada año desde la muerte de ambos) y él nos dijo que no podía porque tenía que hacer un trabajo en equipo, pero que el próximo viernes nos quería ver, ahora sí, a todos reunidos. Estaba tomando con sus amigos y uno de ellos saco la pistola de su abuelo, por estar jugando se les escapo una bala y le dio en la cabeza. Pudo haber sobrevivido, pero no supieron que hacer, la ambulancia no llego a tiempo y murió desangrado. Sé que murió por una imprudencia, pero eso no implica que no se le deba tener respeto a su memoria, recuerdo que cuando estaba en la iglesia, mucha gente murmuraba sobre lo que había pasado, de las implicaciones legales, de ir a declarar, igual que con Aline, todos hablando de nimiedades comparadas con su muerte. Mis amigos y yo solo les lanzábamos miradas de odio, tenía ganas de decirles “estamos en un funeral ¡no en los lavaderos!”.

Recuerdo como me molestaba que cuando murieron (especialmente Aline) mi papá estaba pensando en que, si fue una imprudencia, que para que estaban jugando, que porque si Aline aún no sabía manejar bien se aventó a conducir y en un coche prestado. Sentía que me hervía la sangre, yo estaba hecha una mierda, sentía que el piso bajo mis pies desaparecía, que el mundo se desmoronaba y el pensando en cosas para las que ya habría tiempo, soltando comentarios en plan sermón sobre que “los jóvenes y su imprudencia”. Yo sentía que me llevaba la chingada y el con su pendeja insensibilidad y no fue el único. En ambos entierros escuche a varios adultos hablar con condescendencia sobre lo que paso y sobre nosotros en general. Como me purga que la gente haga eso, si tú no estás tan afectado y estas ahí por cortesía y atención, ten tantita madre, tantito respeto por el dolor ajeno y ahórrate tu falso dolor y tus palabras vacías que a veces hacen más daño sin darse cuenta.



Por un tiempo nos culpamos por no haberlo convencido de quedarse. Lo vimos unas horas antes de que muriera y la idea de que si se hubiera quedado aun estaría vivo nos lastimo por mucho tiempo. Todos sabíamos que nos mintió sobre lo del trabajo en equipo, la sensación de que pudimos haber hecho algo para evitarlo, permaneció en nosotros por un buen tiempo. Finalmente, y al paso de los años hemos aprendido a aceptar que nadie podía saber que eso pasaría, Carlos tomo una decisión que tuvo consecuencias y nosotros no podíamos cargar con estas. Nos hicimos conscientes de que el ser joven no te hace inmune a los accidentes, no te hace inmortal.

Debo confesar que antes de que Aline y Carlos murieran yo también me creía “invencible”. Encajaba en lo que muchos adultos dicen sobre los adolescentes, vivía pensando más en cómo vivir que en cuanto tiempo podría llegar a vivir. Recuerdo que lo primero que pensé cuando me enteré de la muerte de Aline fue “no es posible, no puedes morir a los 15 años”. Aunque siendo jóvenes (a la edad que sea, pero cuando estas morro te sientes Superman) digamos que estamos conscientes de nuestra mortalidad, no es cierto, hasta que no lo vives de cerca o la ves cerca no te haces realmente consiente de que todos, incluido tú, pueden morir. Después del funeral sentí como si hubiera envejecido 5 años de golpe, fue como golpearme de frente con la realidad; nadie debería morir tan joven, pero la gente muere a los quince años, incluso más joven, pero la vida sigue, contigo o sin ti.




Es curioso como cada muerte te afecta de modo diferente. Nunca deja de doler, pero el dolor es distinto la segunda vez. Con Aline sentí como el dolor me golpeo de lleno, con toda su fuerza; nunca había experimentado algo como eso y mucho menos había visto a mis amigos y compañeros así de mal, vernos en un momento tan bajo y reconocer el mismo dolor en la mirada ajena. También fue distinto porque Aline no tenía mucho de haberse mudado cerca del pueblo (ella nació y creció en la CDMX), así que no tenía tantos conocidos por acá, al funeral, además de nosotros, fue poca gente por lo que el dolor se siento mucho más triste y personal.

El funeral de Carlos fue distinto, en primera porque fue la segunda vez que sentía algo así y si bien el madrazo inicial fue igual de fuerte, pude manejar un poco más el shock. Pero en su caso, él había vivido siempre en el pueblo y mucha gente conocía a su familia, así que desde la misa estaba abarrotado. Esta vez no me acerque a la fosa porque no quería volver a sentirme así de mal, pero aun así el dolor no desapareció. Me quede lo más atrás que pude de su familia y amigos; parada ahí sola abrazándome a mí misma, pues no quería que nadie se me acercara a querer consolarme, ni siquiera mis amigos pues no quería que el dolor se desbordara como cuando murió Aline. Ese día vi cosas muy dolorosas, vi llorar a amigos y compañeros que jamás creí verlos así, chicos que cuando murió Aline lograron mantenerse ecuánimes o que siempre los vi como un roble, se quebraron como una ramita seca. No hay imagen más dolorosa que ver derrumbarse a aquellos que creías los más fuertes. Al final ya que habían bajado el ataúd y lo habían cubierto, nos acercamos todos sus amigos y compañeros; rodeamos su tumba y rezamos un padre nuestro en su honor. En aquel entonces yo ya no creía en dios, pero más que un acto de fe, sentía que debía hacer eso como un ritual para dejarlo ir; como quien tiene la superstición de tocar madera o de siempre entrar con el pie derecho. Como un ritual de respeto. 

Como ven, las circunstancias de una muerte siempre son dolorosas, sin importar que sean distintas, siempre duelen; duele aceptar la muerte. Y aunque solo les he hablado de la muerte ajena, aceptar la propia mortalidad no es menos doloroso y es aquí donde entra el tema de la eutanasia y el suicidio.

Sobre la primera, aunque en muchos lugares ya es legal, es un tema polémico, ya que al parecer podemos decidir sobre la muerte de los demás (humanos y animales) pero no sobre nuestra propia muerte. Nos creemos con el derecho de decidir cuándo debe morir un animal, ya sea por compasión, deporte o alimento, decidimos sobre la vida de un ser que no tiene voz ni voto, entonces ¿Por qué no podemos elegir si queremos o no seguir viviendo? Al menos a mí me parece una crueldad mantener viva a una persona con una enfermedad terminal que lo está consumiendo poco a poco, que tiene dolores horribles, que está sufriendo. Para mí eso ya no es vida y tampoco deberíamos aferrarnos a mantener con vida a alguien que igualmente morirá pronto, pero mientras lo hace está sufriendo lo inenarrable.


Por otro lado, está el suicidio, que es un tema igual o más complejo que la eutanasia. De nuevo nos metemos con el derecho a elegir sobre la propia vida, pero me atrevería a decir que aquí es aún más complicado. Pues muchas veces los suicidas son ambivalentes ante la idea de morir; más que morir, lo que quieren es terminar con su sufrimiento y están tan al límite, se siente tan acorralados que ven en el suicidio la única salida posible para dejar de sufrir. y si bien aquí podría decir de nuevo que uno es el único que puede decidir sobre sí mismo (sobre todo si eres mayor de edad) en el suicidio no es tan fácil mantener esta postura. Y si, puede que mi juicio y opinión al respecto este sesgada por mis experiencias con amigos (y yo misma), pero como va a ser complicado cuando muchas veces las cosas que llevaron a alguien al suicidio podrían haber sido solucionadas (a diferencia de alguien en estado terminal). Aun así y por complicado que sea, sigo creyendo que elegir cuando y como morir debería ser un derecho de todo humano.

Sobre esto, yo lo eh pensado antes y siempre le he dicho a mi familia, que, si llego caer en cama con una enfermedad terminal o si quedo en estado vegetal, me desconecten, no quisiera que el ultimo recuerdo que tengan de mi sea el de un semi-cadáver, un cuerpo consumido y con muecas de intenso dolor. Quisiera que me recordaran como lo que fui, como alguien vivo, alguien entero. Yo creo que nadie debería de pasar meses agonizando solo por cuestiones morales o tecnicismos legales. Todos deberíamos tener derecho a elegir una muerte digna, morir siendo nosotros, no un muerto en vida irreconocible. Todos deberían poder elegir como quieren ser recordados.

La memoria de los difuntos es un tema interesante. Todos quisiéramos ser recordados como cuando estábamos en nuestro mejor momento, jóvenes, fuertes, llenos de vida; a nadie le gustaría ser recordado como un viejo, enfermo o que alguien que apenas se puede mover. Tal vez por esto es que idolatramos la juventud, por lo que todos le temen a la vejez, no quieren que su memoria sea la de alguien inútil y senil.


“Vive rápido, muere joven y tendrás un cadáver bien parecido”, creo que eso fue lo que logaron Aline y Carlos. La imagen que me viene a la cabeza al pensar en ellos, es la de un par de chicos de secundaria, felices, con toda la vida por delante. Pero también es un poco triste que no pueda imaginarlos como ancianos porque eso me hace recordar que su vida termino prematuramente y creo que no hay cosa más deprimente que pensar en lo que pudo ser y no fue. Cuando murieron, fue la primera vez que pensé seriamente en la memoria de un fallecido. Cuando morimos ¿Cómo nos recuerdan? ¿Cómo fuimos en vida o como nos vemos en el ataúd? La idea de que los ataúdes estén abiertos en los velorios siempre me ha parecido un tanto macabra. ¿Y si la persona murió en un accidente? ¿Y si quedo desfigurada? Sé que los maquillan, pero, aun así. Al menos yo no quisiera que me recordaran por cómo me vea en el ataúd, yo fui más que un cuerpo inerte, más que una causa de muerte, fui una persona con metas, amigos, con voz e ideas. Me parece muy triste que la última imagen que tengamos de una persona sea la de un cuerpo pálido y tieso en un ataúd.

Yo nunca me eh acercado a ver a los fallecidos en el ataúd. Cuando murieron mis amigos, quería recordarlos como los chicos que conocí, como alguien vivo. Sabía que, si me acercaba y los veía en el ataúd, jamás podría borrar esa imagen de mi cabeza y no era algo que quisiera recordar. Bastante tenía con las imágenes que me vinieron a la mente al saber cómo murieron (Carlos bañado en sangre y Aline prensada) como para verlos ahí, inertes, pálidos, tristemente jóvenes por siempre, además sentía que, si no los veía, si no me acercaba a la fosa entonces esto no estaba pasando, ellos seguían vivos, su memoria no se alteraría.

Me gusta pensar que cuando compartes un muerto con alguien (un amigo, un familiar, un hijo) ese dolor te unirá para siempre con esa persona y cuando una persona a la que quisiste mucho muere, una parte de su alma se queda en ti y en todas las personas que lo extrañan y de algún modo, esa persona logra vivir lo que no pudo, a través de ti. Sé que no es racional, que no hay evidencia de que el alma exista, pero creo que todos necesitamos algo que nos mantenga en pie, algo en que creer cuando sufres una pérdida irreparable y eso es algo que la razón no puede darte.


Supongo que en parte es por esto que la tradición de día de muertos esta tan arraigada aun en aquellos que se dicen abiertamente ateos, o que no profesan la fe católica. Y es que creo que más que la tradición como un ritual religioso, lo que está arraigado y perdura, es su simbolismo como ritual para honrar la memoria de los fallecidos. En lo personal no lo hago por motivos religiosos (ya en otra entrada explique mi postura sobre dios) y más de una vez me ha dado hueva poner ofrenda, pero siempre hay algo que me recuerda que no puedo dejar de ponerla y es la memoria de Aline y Carlos. Siento que, si dejo de poner ofrenda, si dejo de poner sus fotos poco a poco empezare a olvidarlos, que sería tanto como negar que los conocí, que estuvieron vivos. Creo firmemente que uno no muere del todo, mientras el recuerdo que dejamos en aquellos a quienes quisimos o impactamos en su vida, permanezca. Mientras al menos una persona te recuerde, vivirás en su memoria, en su corazón. Y eso es lo que la ofrenda me recuerda cada año, que mientras su recuerdo siga vivo, los buenos momentos no desaparecerán.

Esta también es una buena época para lamer las heridas. Desde que fallecieron no he ido a visitar sus tumbas, pues no me siento con la entereza mental para hacerlo. Cada año hago lo mismo, compro flores que según yo iré a dejar en sus tumbas, pero invariablemente me quedo clavada en la entrada, no puedo dar un paso dentro del panteón. Estoy casi segura que en el momento en que este frente a sus tumbas me voy a derrumbar y no me siento lista para dejar sangrar esa herida y que todo el pus acumulado salga. No sé si algún día estaré del todo lista para enfrentarlo, pero de momento ser capaz de poner en palabras todo esto (sin tapujos ni reproches) creo que es un buen primer paso.

Conclusiones

La muerte es el último y posiblemente, el más difícil estadio del ciclo vital. Es doloroso perder a alguien o aceptar nuestra propia muerte, pero la vida, como todo lo bueno, tiene un final y es necesario que la aceptemos y dejemos ir a quienes ya no están. Si algo aprendí de las experiencias que he tenido con la muerte es que, nadie es inmune a ella, niño, joven, adulto o anciano, todos somos frágiles y debemos ser conscientes de que las cosas que hacemos tienen consecuencias, algunas mortales. Que no todos viven el duelo de la misma forma y el que una persona no llore o tarde más en superar la muerte no significa que tenga problemas psicológicos (siempre que este duelo no interfiera significativamente con otras esferas de su vida), simplemente es su manera de vivir su duelo. Que si de verdad quieres ayudar a alguien en esta situación no ofrezcas falsos consuelos, simplemente mantente ahí para él. 

La muerte de un padre, un hijo o la pareja no nos afectan de la misma forma a los 15 que a los 50 y, contrario a lo que se piense, esas no son las únicas pérdidas significativas que puede experimentar una persona. El cariño y aprecio que le tengas a alguien no se define por el tiempo que pasaste con ellos ni por el tipo de relación que los unía (sanguínea, política, fraterna). El dolor de la pérdida es algo que te marca, sin importar a que edad lo vivas. Hay una yo antes y después de la muerte de mis amigos, me hizo más consiente de mi mortalidad y más unida a mis amigos, ese día sentí como si hubiera despertado de un largo sueño, para descubrir una amarga realidad. El dolor sigue ahí, pero sé que nada de lo que haga puede hacerlos regresar, he aprendido a aceptar su perdida y ser resiliente ante esto.

La muerte no es el final. Seguimos aquí, en el corazón y la memoria de todos aquellos a los que quisimos y apreciamos. Mientras al menos, una persona nos recuerde, seguiremos vivos.

Muy adoc con las fechas el tema de hoy. ¿Recuerdan cuando en la entrada sobre el dolor de los muros dije que aún había, mucha mierda por sacar?, pues bueno acá hay un poco más. Quise escribir esto a modo de homenaje, catarsis personal y también un poco (como la entrada de la depresión) como una especie de acompañamiento para cualquiera que haya pasado por la pérdida de alguien querido (especialmente un amigo). No hay de otra todos vamos para allá y si bien puedes o no creer en dios, creo que rituales como el día de muertos nos pueden dar cierto consuelo al recordar y celebrar la vida de esa persona, los buenos momentos que pasamos y que no se irán a ningún lado, siempre que los recordemos.


Perdón por el tremendo pergamino (había muchas cosas que sacar), pero si llegaron hasta acá estaré encantada de leer sus comentarios, opiniones y/o experiencias. Me despido y nos leemos la próxima vez.

2 comentarios:

  1. Hola Lennon, vaya, vaya, ¿qué día de la vida no pensaré en cosas traumantes de la vida? Empezaré por discernir el momento en el que perdí o perdimos a Fabián, la verdad fue uno de los minutos que cambiaron mi destino, yo no sólo perdí a un amigo, perdí un hermano, un brother, a un parner, a un consejero, a un cuate de parrandas y de malas rachas también perdí lo más parecido a una alma gemela, para mi fue lo más crítico en mi vida, sentí, más que la culpa por las circunstancias en las que se dió el accidente en el que se murió sólo él, nadie de los malditos borrachos drogadictos de nosotros se murió, eso fue lo que más me dolió, que los que debimos habernos ido éramos cualquiera de nosotros y no él, pero bueno, contra el destino nadie la falla, y aún han pasado 12 años de aquél suceso y es algo que no podemos y quién sabe si podremos superar ya que aún lo recordamos como si hubiese sido ayer.
    Cuavidaperdí a mi primer bebé sentí que se me había salido el alma con él, era el hijo que yo tanto deseaba producto de una relación con el que creía desde hace muchos años que era el amor de mi vida, era como perder el comienzo de una nueva etapa de mi vida, era como perder lo único que me iba a quedar de lo que una vez pudo ser amor y no fue y cabe mencionar que no soy de la onda de usar un bebé para amarrar a un hombre porque no son objetos sino personitas que también merecen respeto y por eso mismo y por que era el primer bebé para mi fue lo segundo que me marcó de por vida, ni siquiera cuando murieron mis tíos el año pasado me sentí tan mal por la muerte como en esos dos episodios.
    Cabe mencionar que no me quiero ni es mi deseo darme mi importancia con esto porque tu ya conoces la historia de pies a cabeza, e incluso te la sabes con pelos y señales, solamente quiero resaltar que cualquier muerte de alguien con quien pasaste años lindos y malas rachas e incluso de alguien que para ti representa una parte importante de tu vida es algo que te marca intensamente, no puedes medir ni dimensionar el dolor aún cuando lo estás sintiendo, es algo que te rasga el pecho hasta la más profunda capa de piel, incluso sientes como traspasa tus huesos y arde profundamente, obvio perder un hijo no es lo mismo que perder a un amigo, pero cuando las personas ocupan un lugar especial en tu corazón no distingues intensidades, no distingues a las personas, igual te duele, igual lloras, igual sientes que quieres correr y gritarle al cielo para preguntarle ¿por qué chingados? No mides el poder de tus pensamientos, de tus palabras ni siquiera sientes cuando injurias, cuando cuestionas, cuando maldices, cuando retas a todas las fuerzas sobre naturales a demostrarte que no todo es pérdida, es más fuerte que tu, tan fuerte que te tumba, tan fuerte que no te mueves, estás inmóvil de impotencia y coraje.
    Cuando me sucedieron estas dos cosas lo único que hice después fue irme unos dias yo sola a llorar mis penas lejos de la ciudad, cuando murió Fabián me fuí a Cuernavaca una semana y me puse a trabajar en una Fonda cerca de un balneario esa semana para poder regresar a México, la persona que me dió trabajo me daba de comer gratis y me dejaba dormir en el local con unas cuantas cobijas que me prestó. Cuando perdí a mi bebé me fuí a Puebla de a mochila y ahí llevaba algo de dinero que me permitió comer por 3 días y regresar a mi casa cuando me sentí un poco más aliviada, recuerdo que en el camino de regreso a la ciudad me hacía muchas preguntas que hasta la fecha siguen si respuesta, pero creo que desde donde ambos están cuidan de mi y ven mis logros y mis fracasos también, me alíentan todo el tiempo a seguir adelante y a seguir viva para muy pronto poder verme estando en un estilo de vida como yo siempre eh querido estar LLIBRE Y FELIZ. Te quiero Lennon. Saludos. ;)

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